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Un último retrato

Guayaquil City, Ecuador

El avión había aterrizado hace poco más de una hora; recogí mi morral viejo y descolorido y me fui a comprar un café.


-Ni siquiera está la mierda de Starbucks -dije-


Caí en un café cuyo nombre no recuerdo, me pedí un expreso doble y me di cuenta de que éste también cumplía con la experiencia global de Starbucks. Mi nombre estaba mal “escribido”, el vaso no lo podías tomar de lo caliente que estaba, y el café quemado. No me importó todo eso y me lo tomé en par de sorbos y pedí uno más.


-Este pinche Pana, ¿a qué hora va a llegar? -me pregunté-


Me quedé observando a la gente; me gusta contemplar los encuentros en los aeropuertos. El reencuentro de los novios que no se veían por días: se abrazan, se reconocen con el tacto, se besan y casi siempre terminan viéndose a la cara de muy cerca y ponen esos ojos de borreguito a medio morir. También son frecuentes los encuentros entre desconocidos, se reconocen porque uno de ellos escribe en un papel el nombre de la persona que llega de algún destino lejano; casi siempre hay una amabilidad que tan solo alcanza para caminar juntos en silencio, hasta desaparecer. Los encuentros que más me gusta observar es el de los niños esperando a su papá; me encanta ver esa emoción transparente, el ver como corren a los brazos del padre y luego ver su pequeño cuerpo flotando en el aire. Pensé por un momento en lo bonito que seria que mi hijo me fuera a recoger al aeropuerto a mi regreso.


Como todo, después de un rato, me cansé de observar ya que los encuentros se repetían; eran los mismos actos, las mismas emociones, solo que en diferentes cuerpos y con diferentes nombres.


Esta vez me pedí una cerveza, no me podía decidir si tomar una Club o una Pilsener; mientras me decidía, escuché una voz con claro acento quiteño que me decía:


-Yo me pediría la Club.


Me sonrió, se dio la vuelta y se marchó. Yo sabía que esa cara me era familiar, pero no logré recordar de dónde.


-Que paso pana, ¿ya vas a pistear?

Ya eran muchos años que no veía a Ruperto; nos abrazamos y estábamos emocionados. Nos reconocimos más viejos, pero tan solo nos dijimos.


-Estas igualito.


Nos cagamos de la risa y nos fuimos de ese lugar, justo por la misma dirección que aquella churona pelirroja había tomado.




Manchester, UK

Se había hecho rutina, a eso de las diez de la noche me paraba enfrente de mi monitor y comenzaba a buscar las noticias del día.


Casi con lágrimas veía la situación en Italia; sabía que los noticieros buscaban notas atractivas, pero las imágenes eran contundentes. La huesuda estaba presente, al asecho y con mucha hambre.


Como buen Corporate Human, después de ver las noticias bajaba un par de archivos de Excel y jugaba con las tablas dinámicas; veía el número de infectados, el número de hospitalizados y las muertes del día y su tendencia. Hacía unos filtros y hacia un ranking; era como si fuera una macabra copa del mundo. Sabía que era una actitud casi morbosa; pero también era el reflejo de mi miedo, de mi incertidumbre, de mi lejanía con respecto a mi familia y amigos. También se reflejaba mi impotencia para cambiar el escenario.


La situación en la Isla era grave, la información nos confundía y las acciones de control no llegaban a tiempo.


Así, un día recibimos el ya esperado anuncio. Estábamos en confinamiento; a partir de ese momento, no teníamos más que un reducido espacio típico de un departamento inglés.


Miré a mi mujer y en la mirada había impotencia e incredulidad. Nos sentamos en el sofá y así nos quedamos; pensativos y en silencio.




Ciudad de México, México

Doña Silvana contestó el teléfono, y después de un rato se dio cuenta que en realidad era una videollamada por WhatsApp.


Sus ojos estaban rojos y su sonrisa era muy forzada.


-Todo bien. No te preocupes -dijo-


No soportó mucho tiempo y después de un rato, comenzó a enlistar a todos sus enfermos. El primero en enfermar era el doctor Gutierrez, había pasado tres semanas en terapia intensiva, intubado; ahora se encontraba en casa, pero aun en recuperación.


Su amiga Reyna le había llamado después de varios años que no habían sabido nada la una de la otra, aunque también se enfermó de manera muy grave, aún estaba entre nosotros. Los que no la contaron fueron el hermano de Reyna y su cuñada. Así siguió contando; la lista era interminable.


Había dolor, había un duelo secreto. Pero también seguía el típico valemadrismo mexicano:


-Pero no pasa nada. Ya Dios dirá.




Manchester, UK

-Pana, viste las noticias.

-No, ¿qué pasó?

-Chuchas; checa lo que pasa en Guayaquil. Tengo miedo.




Ciudad de México, México

-No sé qué pedo.

-No sé cómo me siento.

-No la libró


A la distancia, tan solo escuchaba un inconsolable llanto.




Manchester, UK

¿Qué significa la muerte?

¿A qué sabe la muerte?

¿Cómo sentiría nuestra muerte la gente que nos quiere?

¿Podremos saber cómo continuará la vida de los nuestros, una vez que muramos?


Somos algo más de 7,800,000,000 personas en este mundo; es imposible hacer duelo por cada una de ellas; y me pregunto, ¿Qué significa la muerte de la otredad?


¿Cómo vemos esta muerte colectiva y global?, ¿en qué pensamos cuando pensamos la pandemia? ¿en lo individual, en que nos cambió esta pandemia?


Empatía es una de las palabras favoritas de nuestro tiempo. ¿Qué significa ser empático en tiempos de pandemia?


¿Cómo sanaremos este dolor?




Guayaquil City, Ecuador

En cuestión de días las cosas habían cambiado drásticamente; ahora, salir a la calle era un acto de valentía, por no decir de locura.


Yo, extrañaba mi expreso doble, quemado; pero no me atrevía a salir de la casa de Ruperto. La calle olía a muerte, a putrefacción, a dolor.




Ciudad de México, México

Doña Silvana le ofreció su brazo a su madre para que se levantara del sillón. Tomada de su hija fue a paso muy lento a enterrar al último de sus hijos varones. Estaba triste, pero prefería no derramar lágrimas.


Así era la vida, ya ni modo.




Guayaquil City, Ecuador

Ya estaba en el aeropuerto, listo para regresar a casa; esperaba que anunciaran el vuelo especial que el Gobierno había mandado para auxiliar a sus connacionales.


A lo lejos, vi a la churona pelirroja. Ella también me vio, pero esta vez no sonrió; estaba muy cambiada, era como si hubiera envejecido una década en tan solo días.


Alcancé a ver como derramaba una lagrima, se paraba de su silla y se alejaba. Nunca más volví a verla.




Manchester, UK

Ya son más de dos años sin ver a los míos; en este tiempo he tenido pérdidas, no les he podido decir adiós. No he podido cerrar las historias.


Confieso que tengo miedo, el tiempo pasa y cada vez es más apreciado. Quiero ver a mi familia, abrazarlos, besarlos, verlos a los ojos y decirles un te quiero con una sonrisa muy grande.


Sin embargo, hoy tan solo puedo soñarlo. Benditos sueños pues en ocasiones, son lo más cercano a una realidad imposible.




Ciudad de México, México

-Que te digo mijo. Todo mundo está perdiendo a alguien, ya vendrá la paz.




Manchester, UK

Las calles se llenan de caballos blancos

Su pelaje es pulcro y brillante

Galopan sin miedo, en plena libertad

Nos enseñan lo que es andar sin temor

Nos enseñan a convivir


Nosotros, seguimos escondidos.

Temerosos, desconfiados, envejecidos.

Deshumanizados.


Hay crueldad

Los caballos blancos intentan combatirla

Hay tiranos

Los caballos blancos pelean contra ellos

Hay idiotas

Los caballos blancos son pacientes y vuelven a explicar.


Tomo a mi pequeño hijo en mis brazos

Lo protejo y lo dejo dormir

Mientras tanto, montamos uno de esos caballos blancos

Espero, que nos lleva a donde ustedes.


Ustedes, también súbanse a su caballo blanco

Cuídense, y solo por si acaso

También persígnense

Que los quiero volver a ver y abrazar

Platicar y reír

Y por qué no, tomarles un posible ultimo retrato.






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